jueves, 5 de marzo de 2015

Espuma de mar

Cuando un universo termina, estalla en mil realidades.


Lía soltó su cabello en el cual se veían las olas del mar. Se dejó perder en cada abismo y cada claroscuro. Luz tenue iluminada su cuerpo desnudo apenas cubierto por un camisón blanco abierto hasta la espalda. Se quedó ahí, sentada, escuchando los sonidos de los espíritus. Cerró los ojos y sintió sus brazos. El choque eléctrico con su piel la hizo respirar más profundamente. Podía sentir como poco a poco su energía se iba expandiendo y contrayendo con el armonioso toque y con su propia respiración, que fue creciendo, más profunda, más regular, más seguida. Se levantó de golpe al ritmo de la música y empezó a mover sus caderas de un lado a otro, aun acariciando sus brazos, acariciando su torso, disfrutando la suave sensación de su cabello rozando su espalda, el toque frío de su piel húmeda y enchinada. Comenzó a dar pasos, izquierda, derecha, levantó sus manos cruzando los brazos y expandiendo su torso, se deshizo de su camisón y se siguió meciendo rítmicamente en un tono integrado de frecuencias y ondas de movimiento y sonido que se difuminaban con el aire.

Respiraba y sentía cómo la fricción interna de sus huesos y músculos generaban un calor que contrastaba con la fría y lluviosa tarde de invierno. La luz blanca de los días nublados le daban una apariencia sobrenatural a la escena, con movimientos tan sutiles, tan cargados de sentimiento, que la hacían parecer otro espíritu más generando música con su cuerpo. Su corazón comenzó a palpitar al compás y sintió cómo de su columna se lanzó un chispazo de energía hasta la punta de su cabeza, expandiéndose desde su sexo hasta la coronilla. Y siguió danzando, y siguió respirando, y siguió sintiendo el latir de su corazón y la energía vital que nacía en ella.

La imagen se tornó borrosa cuando un torrente constante de energía se cicló en todo su cuerpo, desde los pies hasta el cabello: eran olas de mar fluyendo en su constante vaivén, era un torbellino de energía divina sacudiendo cada molécula de su cuerpo, vibrando desde su centro y expandiéndose por el cuarto entero. Lía se tornó aire y se volvió fuego, se volvió carne y planta y tiempo hasta que un capullo floreció internamente en ella. Se quedó ahí, con los brazos sueltos a sus costados, con la espalda inclinada hacia atrás en una postura contorsionada, sintiendo ese calor intenso en toda su columna, músculos y ligamentos.


Su sangre palpita, su frente suda, sus ojos cerrados, se desploma en el vacío hasta convertirse en la espuma del mar que acaricia la arena gris de una noche difuminada.


Lía Respira.

*Pintura a la acuarela por Carlos Don (Atl), derechos reservados.


14/02/2015

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